Aquí os dejamos dos finales geniales, pero distintos, ¿cuál os gusta más?:
Érase una
vez un matrimonio muy apenado porque no podía tener hijos. Los esposos
deseaban, más que nada en el mundo, compartir su amor con un niño. Tanta era su
tristeza, que se pasaban las noches enteras llorando por no poder acunar a un
bebé.
Habían
probado todos los trucos y remedios que conocían sin que la mujer se quedara
embarazada. Desesperados acudieron a la hechicera del lugar. La bruja se
compadeció mucho de ellos y les entregó una semilla de cebada para que la
plantaran en un tiesto. El marido y la mujer se miraron asombrados sin entender
lo que pretendía pero siguieron sus instrucciones.
Días
después brotó una preciosa flor en la maceta. En medio de la planta estaba
sentada una niña tan hermosa como diminuta. Por su tamaño, igual que el de una
almendra, su madre la llamó Almendrita.
Ningún
nombre habría podido describirla mejor. Era tan pequeña que su padre la paseaba
asomada al bolsillo de la chaqueta. Una cáscara de nuez le servía de cuna y se
bañaba en un dedal. No les importaba que fuera así de chiquita porque había
llevado una gran felicidad al hogar del matrimonio.
Una noche
un sapo secuestró a Almendrita cuando dormía. Mientras soñaba con mirar el
mundo desde lo alto de una gigantesca montaña, el bichejo la arrastró
sigilosamente a su cueva para casarla con su hijo.
La madre
quedó horrorizada cuando descubrió la camita vacía por la mañana. Desesperados
y medio dormidos buscaron a su hijita por todos los rincones de la casa.
- Es tan
diminuta que puede estar en cualquier sitio –se lamentaban.
Muy lejos
de allí los sapos se concentraban en organizar la boda a la que estaba invitada
toda la charca. En tanto decidían dónde sentar a sus parientes, dejaron a
Almendrita en una hoja de morera junto a la orilla. Desde aquella altura no
podría escapar.
Tan cerca
estaba del agua que los peces cortaron el tallo y la deslizaron subida a la
hoja por la corriente del río. Los sapos no se enteraron porque estaban
despistados probándose el chaqué.
Al pasar
cerca de tierra, Almendrita saltó a la orilla donde se encontró con un
escarabajo. Al insecto le gustó tanto aquella diminuta niña que se la llevó a
su casa para casarse con ella… Pero todos sus amigos se rieron de él.
- Un
escarabajo debe casarse con una escarabaja –le picaban.
Cansado
de sus burlas, el escarabajo devolvió a la niña al lugar en el que la había
conocido y se buscó una novia escarabaja para que le dejaran en paz.
Pasito a
pasito, Almendrita llegó caminando a la casa de una ratita silvestre.
- ¿De
dónde vienes niña? –le preguntó curiosa.
- Un sapo
me secuestró y me llevó a su cueva para casarme con su hijo. Después los peces
me raptaron y acabé viviendo con un escarabajo muy feo que también quería que
fuera su esposa. Pero sus amigas escarabajas le dijeron que no se casara conmigo
y me devolvió al mismo sitio en el que me encontró. Desde allí vengo andando
–explicó Almendrita su aventura.
- No te
preocupes. Podrás quedarte a vivir conmigo –se ofreció la simpática ratita.
Con el
tiempo las dos se hicieron muy amigas. Almendrita conoció a sus nuevos vecinos,
entre los que estaba un topo cegato que acabó enamorándose de ella. Así que el
animal también le propuso casarse con él pero la niña le rechazó. A ella le
gustaba mucho el sol y el topo no podía soportarlo. Por eso vivía en una cueva
bajo tierra. No estaban hechos el uno para el otro aunque también se hicieron
buenos amigos.
Así
conoció Almendrita a la golondrina con la que el topo compartía su madriguera.
Durante el invierno hablaron muy poco ya que siempre estaba dormida. Hasta que
un día de verano, estando Almendrita de visita, el pájaro despertó con el
calor. Estiró sus alas cuanto pudo y charló con la niña.
Después de una larga y tendida charla sobre el matrimonio y la familia con la golondrina, Almendrita decide volver a casa, y se encuentra una sorpresa: en casa le esperan Pulgarcito, Garbancito, el Ratoncito Pérez... Todos, pretendientes de su tamaño. Todos son muy guapos y muy listos, además de muy amables, pero hay un problema. Ella no está totalmente enamorada de ninguno. Muy triste, va con la hechicera que la hizo nacer y le pide una poción para crecer. Esta se la concede y, de repente, Almendrita crece hasta un tamaño normal. Un príncipe habla con sus padres y les pide la mano de su hija. Estos aceptan y, nada más presentarse, el príncipe la lleva a la gigantesca montaña con la que soñó un día y, aparte de las vistas, el olor a rosas, dieron ambiente para que la pareja construyera allí una casa, donde tuvieron muchos hijos. De SERGIO.
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